Quienquiera que sea el responsable del título de esta exposición –quizá producto de una decisión de conjunto- debiera ser criticado por su corta visión ya que la influencia de la urbe en le arte de los aquí presentes no ha sido tan literal como en los principios de los años 80.
Hace una semana, en otra conferencia organizada por Guillermo Santamarina en torno al trabajo de artistas que también trabajan en esta megalópolis señalamos la influencia de la calle, entendida como la realidad circundante, en el tema y forma del trabajo plástico, pero creo que nos quedamos cortos.
La ciudad se deja sentir no sólo en su arquitectura, mecanización, contrastes sociales o materiales sino primordialmente en la rapidez o velocidad que imprime a nuestra vida y la forma en que captamos la realidad y nos adaptamos a ella.
El artista citadino contemporáneo no se contenta con la cita literal de la vida citadina, le es imperativo concretar y sintetizar su expresión para lograr una inmediatez con sus espectadores. Dada la gran cantidad de estímulos, imágenes y sucesos que se abalanzan sobre los “hijos de la ciudad” es indispensable que el arte deje de lado elaboraciones formales demasiado barrocas (como aquellas derivadas de la fotografía de luchadores, muy respetable esta propuesta pero no sus variantes pictóricas) que ahogan un tema con su retórica machacante, obvia y sentimentaloide. Tanto el público como el creador requieren de una focalización que vaya al grano y deje el documental social para otros medios más aptos en esta tarea.
Los que vivimos en la ciudad nos hemos acostumbrado a la rapidez y especialización con que suceden los fenómenos. Esto no necesariamente significa que nos inclinemos por el análisis somero de la realidad. Quiero subrayar estos dos conceptos, el de la rapidez y la direccionalidad porque son estos aspectos los que se nos escapan cuando hablamos de la forma de reflexionar de los artistas citadinos.
Podríamos identificar la rapidez –como lo hizo Italo Calvino- con Mercurio, dios de la antigüedad clásica, relacionado con la velocidad, la levedad, la astucia, la agilidad y la adaptación. Mercurio o Hermes es el dios que simboliza –con sus pies alados- la libertad y que además servía de puente entre los humanos y los dioses, entre las leyes universales y el destino individual. Mercurio es el vínculo entre los objetos de este mundo y los sujetos pensantes.
Más que contemplativos o melancólicos los artistas chilangos manifiestan con agilidad una serie de matices significativos de su realidad, aunque es imposible encerrar el trabajo de estos artistas en una sola interpretación literal de la vida en ciudad. En contraste con su agilidad mercurial para empaparse de la realidad y codificarla, está su arraigo telúrico a las fuerzas invisibles que hacen que la ciudad permanezca en constante ebullición. Los artistas están sintonizados a una realidad que los hace conscientes de su devenir individual y social y de la necesidad de encontrar en la ciudad el material y oficio que arraiguen los contenidos de su obra. De aquí que sus expresiones sean tajantemente sencillas, porque material de soporte y contenido expresivo se vuelven una sola cosa.
Si bien la ciudad y su constante latir lleva algún registro de los hechos que se producen en ella (principalmente por medio de los medios masivos), no se puede comparar este con la velocidad de reflexión y creación artística que no siempre guarda una correspondencia directa con la de los sucesos citadinos, ni puede colocarlos en una perspectiva meramente informativa.
El arte chilango resulta interesante como lenguaje abierto hecho de una superposición de metalenguajes, y como vehículo de la actitud de sus productores. pero no por el uso que se le pueda dar para explicar una realidad urbana. La velocidad del razonamiento artístico no sustituye a la explicación sociológica; por el contrario, la obra artística comunica un sentir particular que se deriva de esa misma rapidez con que una pintura, escultura u objeto nos transmite todo un conjunto de ideas y sensaciones.
Publicado en el suplemento Sábado del periódico Unomásuno el 16 de marzo de 1991
Todo sereno; siete artistas hijos de la ciudad, está abierta al público en el IFAL, Río Nazas 44, Colonia Cuauhtémoc.