Arte Político

 
De aquí a unos 200 años, cuando los arqueólogos y antropólogos del futuro (si los hay) reconstruyan las ruinas de nuestra civilización, ¿qué dirán de nosotros? Es probable que su primera conclusión sea que la nuestra fue una sociedad organizada en torno al consumo. Las actividades estaban dirigidas a la creación de necesidad y al intercambio de bienes y servicios para satisfacerlas. La ciencia, la religión, la moral, la política y aun el arte obedecieron a las pautas fijadas por el consumo.
 De la misma manera en que vemos y explicamos el arte y la forma de vida de otras culturas, al decir que se trató de culturas nómadas, sociedades teocéntricas, ciudades Estado o agrupaciones agrícolas, la época en que vivimos podría calificarse en el futuro como la era comercial consumista.
 Se  dirá que mucha gente creía en lo que veía en fotografías, en lo que proyectaban el cine y la televisión y pocos obtenían información que le representara una utilidad y en términos económicos; se pensará incluso que existía la noción generalizada que el arte era un producto de consumo perecedero, después del cual llegaba a tener valor económico o por el contrario se convertiría en algo desechable. El arte era una mercancía –se pensará-, algo que podía ser consumido y sustituido por un mejor producto.
 Si los arqueólogos del futuro tuvieran acceso a la cantidad de estilos, técnicas y medios artísticos que usamos en la actualidad, probablemente pensarían que el arte era una extensión del diseño, algo como un embalaje o etiqueta. Y ¿qué sucedería con el arte político –que en el futuro sería algo así como el anti arte-, aquel que era estrictamente inútil y carente de valor, aquel que fuera muy similar al mundo real?
  En lo personal encuentro que el arte de nuestro tiempo es un incosteable medio de comunicación; requiere de museos, galerías, personas especializadas y llega a un auditorio muy reducido. Sus diferentes enfoques tratan aspectos o matices de la realidad que resultan demasiado específicos para tener importancia entre las mayorías. La relevancia del arte radica en algo que normalmente es pasado por alto: su papel de espacio para el libre pensamiento y para la sensibilidad irrestricta. Sin embargo, lo que actualmente importa no es lo que es el arte sino cómo lo dice y si el artista encuentra nuevas formas de decir lo mismo. Prevalece la idea mac**luhaninana entre nosotros de que “el medio es el mensaje”.
 La noción de que debemos reinsertar lo político en el arte, no para cambiar el curso de la historia, sino para encontrar una base moralmente aceptable para hacer arte, vuelve a tener adeptos entre algunas minorías. Sin embargo, es obvio que en términos numéricos el discurso despolitizante de los medios electrónicos supera en mucho el papel del arte como inductor de una conciencia política.  Aún así valdría la pena preguntarse si el papel que le corresponde al arte es el de reproductor de significados o de destrucción de los mismos. Si la televisión ha demostrado ser más efectiva por su crudeza e inmediatez –recientemente hemos podido ver el desarrollo de guerras fratricidas desde su provocación hasta su desenlace-, al arte le quedan recursos muy valiosos, como la ironía y la sátira, que los medios electrónicos no pueden permitirse debido a su filiación institucional (muchas de las versiones satíricas y anti-solemnes del V Centenario 1492-1992, por ejemplo, surgieron de las artes visuales).
 Se puede hablar de un renovado interés por el arte político, de un arte que siente de las ideas y costumbres en boga, pero ya no de obras que puedan leerse con la pasión como se leyeron obras tales como el  Guernica o la Libertad guiando al pueblo. Esto se debe en parte a la dinámica que impone el sistema consumista. Para que un artista llegue a ser líder de opinión, debe adquirir cierto renombre, pero en ese proceso su obra acumula valor económico y es esto lo que acaba por hacerla inofensiva como mensaje. Es difícil pensar que alguna obra contraria a la conciencia consumista pueda pasar a la historia como una pieza de arte crítico (hoy son escasos los que saben el verdadero significado de una obra como El Naufragio de la Medusa, o comprender el sentido que animó al arte egipcio a usar la misma figuración durante siglos), o que una sola pieza pueda provocar la conciencia sobre tal o cual problema. Quizá hasta resulte ingenuo pensar que las artes visuales puedan influir sobre la forma en que nuestra sociedad será percibida en el futuro; pero conservar esa ingenuidad significa tener por lo menos una razón para producir un arte no complaciente.
Publicado en Sábado, el 27 de marzo de 1993

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