De fotógrafas y desnudos; Gruner, Olazabal, Almedia y Montaño. III parte.



Sin duda el primer compromiso del artista para con su trabajo es dejar testimonio de lo que significa para ella estar en el mundo. Más que una fidelidad a un estilo o categoría (abstracta, figurativa, conceptual), existe el compromiso de reflejar su visión del mundo e idiosincrasia.

Silvia Gruner presentó hace algunos meses en el Museo del Chopo un claro ejemplo de ese compromiso. No sólo eso sino además demostró tener la confianza y convicción necesarias para armar un discurso visual y filosófico claro, que no rompe con el pasado simplemente porque quiere darse un baño de contemporaneidad sino porque presenta argumentos visuales contundentes.

Varios de sus videos y películas, así como las fotografías de sus performances –realizados en México y Estados Unidos- tienen como punto de partida la corporalidad femenina entendida como espacio inalienable. Su propuesta constituye una crítica de la visión masculina a lo largo de la historia del arte.
La posición de Silvia Gruner se encuentra entre la sensualidad directa –sin metáforas o sutilezas- del cuerpo y el antidramatismo de sus puestas en escena. Como si estuviera ante un espejo, Gruner echa a andar la cámara de video y se tiende en el piso desnuda, la imagen de su desnudez hace pensar por mmentos en la  modelo desnuda de la Olimpia de Manet por su mirada desafiante, pero esta Olimpia contemporánea no es pasiva sino que come prosaicamente una manzana. Segundos más tarde habrá de levantarse, caminar hacia la cámara y dar por concluida la exposición de su cuerpo.

El siguiente video muestra el protuberante abdomen de una mujer embarazada que tamborilea con los dedos. El contraste con temas similares de la tradición pictórica es interesante (pienso en La Tempestad de Giorgione, por ejemplo, el primer desnudo de una virgen encinta). En la imagen que nos brinda Silvia hay una mujer de carne y hueso consciente de su estado y de que es sujeto de una representación cinematográfica que dista mucho de la representación de benevolente de la maternidad, el desamparo y la “pureza” que abundan en el desnudo pictórico tradicional.

Gruner no es una artista feminista en el sentido militante, su obra nos ofrece una visión impactante de la experiencia femenina. La sangre, el pelo trenzado o los esquemas anatómicos que constituyen parte de sus instalaciones, cuestionan el sentido maternal o sexual con el que frecuentemente se asocia la imagen femenina.

Otra artista que echa mano de un medio heterodoxo para expresar su visión del desnudo femenino es Eugenia de Olazábal. Esta fotógrafa trabaja con película Polaroid de gran formato lo que le impone un método y ritmo de trabajo particulares. En primer lugar la película Polaroid posee una artificialidad de color que para la artista se ha convertido en el mejor medio para expresar su subjetividad. En segundo lugar la rapidez del positivado –la imagen se revela en 70 segundos- le permite trabajar y obtener el efecto deseado.

No obstante, el trabajo de Eugenia está estrechamente ligado al estudio, por ser éste el único ámbito donde es posible lograr el control de iluminación, temperatura de color y manejo de la cámara que acepta el formato 20x24 pulgadas.

Algunos de los desnudos que presentó en la galería OMR están compuestos por varias tomas que les dan una dimensión monumental en relación con los formatos fotográficos tradicionales, pero comparados con la escala humana son representaciones de tamaño natural. Estas imágenes constituyen –a mi modo de ver- una visión complaciente y formalista del desnudo con acento en las características táctiles que le permite el medio y efectos lumínicos como la silueta, el contorno y el claroscuro; que pretenden representar tal cual a una mujer con características indígenas.

Sin embargo, lo que resulta más evidente en la obra de Eugenia es la insistencia en enfrentar el manierismo del tema con las demandas estilizantes de la tecnología que impone el medio.
Para Lourdes Almeida el desnudo femenino es motivo de retrono al tratamiento mitológico clásico. El mar y playa son el escenario para recrear sirenas, afroditas nacientes, Galateas y otras ninfas marinas. En sus fotografías cobra vida la escultura helénica con su uso de velos drapeados y arena para subrayar el movimiento de las masas corporales.

Que sus fotografías son la repetición de un concepto interesado por la pureza de la forma, el equilibrio de las sinuosidades y planos y, el deseo convertido en forma fotográfica, es sólo la mitad de la historia. Existe también la apelación al instinto que no reconoce fórmulas de representación sino la atracción entre géneros y la asociación con símbolos y arquetipos que constituyen el sustrato de la mitología y lo fantástico.

El trabajo de Lourdes es un desandar en la tradición para recuperar la potencialidad básica de la figura y la sobria expresividad del medio fotográfico que tanto cautivara a Edward Weston y a Tina Modotti.
Si el trabajo de Almeida disminuye la narración psicológica personal a un mínimo, las fotografías de Evelia Montaño (expuestas en la galería-librería El Juglar), están cargadas de descripciones de estados de ánimo, incluida la ansiedad de la fotógrafa por la búsqueda de un estilo con cada disparo de la cámara.

Dos procedimientos escoge esta fotógrafa para revelar su visión de la psique femenina y su estar en el mundo. Por un lado el método analítico, en el que la autora utiliza los adornos y accesorios que ofrece toda cultura como tributos al cuerpo femenino; en este caso su interés sería utilizar la adjetivación que ejerce la parte, el accesorio o el accidente sobre el todo (cómo no reconocer el papel que juegan los zapatos de tacón, el collar de perlas o las medias en el rito de la femineidad). Por otro lado estaría el enfoque sintético en el que cada parte se funde en la sintaxis corporal para hablar de la mujer. En este caso los espacios que habita el cuerpo complementan la narración de sus formas.

Publicado el 8 de septiembre de 1990 en el suplmento Sábado del periódico Unomásuno

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