Tres años le tomó al artista de Quebec René Derouin preparar la instalación que se presentó el Museo Rufino Tamayo y posteriormente será llevada al Museo de Arte Moderno de Quebec. El tema de esta enorme obra que mide 36 metros de largo por 2.40 de ancho es la migración; por su complejidad era de esperarse que la obra tomara mucho tiempo en su elaboración, pero su presencia dentro del museo y en las inmediaciones del mismo bien vale la pena dedicarle un largo recorrido.
Todas las piezas están hechas de barro negro y arcilla. El conjunto representa al movimiento migratorio humano a través de ríos, valles, montañas, zonas acuíferas, así como los pinos, hongos y otras formas de vida no humanas. Cada una de estas esculturas que miden entre 10 y 15 centímetros de alto fueron modeladas a mano por el artista en Ocotepec, Oaxaca.
Derouin trabajó meses produciendo de 30 a 50 esculturas del tamaño de su mano y más pequeñas, en las que puso una gran cantidad de detalles. Una simple mirada a cualesquiera de las miles de piezas nos permite ver que cuentan con rasgos que las personifican (ojos, nariz, boca, expresión facial, brazos, piernas, vestimenta texturizada, bultos con comida o ropa, indumentaria propia de su cultura, etcétera). Todas las esculturas están dispuestas sobre paneles de madera de pino que fueron tallados y pintados para crear una topografía detallada, con valles, cadenas montañosas y ríos. Además, la disposición de todo el conjunto está resuelta en líneas de movimiento y agrupamiento, que dan una idea muy clara de los transitos migratorios, la formación de poblaciones, y la presencia de individuos y familias.
La obra resulta imponente al verla desde el balcón de entrada del Museo Tamayo. Desde ahí resulta muy claro que estamos ante una maqueta de la marcha de varios pueblos nómadas que recorren América de norte a sur, de este a oeste, atravesando sus diferentes geografías.
La instalación comprende tres etapas claramente marcadas; la primera es la migración de los hombres dentro de la naturaleza, la segunda es la migración de los hombres dentro de otras sociedades (dentro de la cultura) y la tercera es la migración (o evolución) del hombre mismo y del ambiente. Las tres migraciones están divididas por pasillos en los que uno puede colocarse dentro de la marcha y sentirse parte de la misma.
Por lo general, el inmigrante carga con la memoria de la cultura en la que se nutrió y avanza con la esperanza de encontrarse con un lugar que le brinde asilo. Las figuras realizadas por Derouin se perciben cargadas y agobiadas por el peso de su historia y la longitud de su trayectoria. Algunas llevan alimentos, otras cargan utensilios, pieles u objetos rituales que les son imprescindibles para su mudanza.
En un extremo del camino el paisaje está compuesto por estepas y pinos escasos cuya densidad aumenta progresivamente. Este paisaje corresponde al lugar de origen del artista (Quebec, Canadá). Desde ahí se puede observar claramente la dirección en que caminan las columnas de gente y también grupos que se arremolinan y parecen establecer un asentamiento. La formación de pueblos y ciudades es más evidente en la parte central de la instalación. Ahí podemos observar que el agrupamiento está vigilado por figuras tutelares erguidas que semejan guardianes y que son la personificación de las leyes que enmarcan la vida de los inmigrantes desde su llegada a las nuevas tierras. En la tercera parte de la instalación, podemos observar un círculo de figuras rotas sobre un cuerpo agua, éste representa el final del ciclo del emigrante: su destino final. Es significativo que el fin se encuentre simbólicamente en el agua pues ahí se cierra el ciclo del surgimiento de la vida. Al interior de la circunferencia hay además plantas y formas protozoarias que representan el principio de la vida, así como el rastro de la alimentación, la agricultura, y la memoria del artista de su experiencia en Oaxaca. La instalación concluye t con cuatro paneles colocados sobre la pared, que representan el Cosmos, la última frontera de la memoria.
La obra de René Derouin encierra la clave de la cultura de América, un continente construido a partir de migraciones y de choques y asimilaciones entre culturas. Su elaborada sencillez nos permite ver claramente que somos producto del mestizaje y la superposición de experiencias. El conjunto es una alusión a lo que José Vasconcelos, el procer de la educación moderna de México, ya había anotado: somos una raza hecha de muchas etnias, somos producto de una fusión de principios a veces encontrados otras afínes. En este año en el que se rememora el encuentro de dos mundos, Derouin nos entrega una metáfora en la que reúne todas las variables de este complejo y largo proceso de fusión e hibridación de tantos pueblos que se encontraron en estas tierras. Con ello nos devuelve un espejo donde podemos reconocer el papel de la migración en nuestro ser.
Publicado el 27 de junio de 1992 en el suplemento Sábado del periódico Unomásuno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario