Como es de todos sabido, la epidemia de sida ha provocado numerosas muertes en el gremio artístico, tanto entre los miembros de las artes plásticas como también en los campos de la literatura, la danza y la música. De continuar la tendencia de la epidemia es de esperarse que los decesos aumenten y cobren su cuota. Es por ello que al margen de las estrategias de información y educación para la prevención de este mal, pongamos los puntos sobre las íes y reflexionemos sobre las posibilidades de salvar el trabajo de muchos colegas que han muerto, aquellos que están en peligro (por ser seropositivos) y en general todos los creadores.
Aunque la sociedad en su conjunto sea el blanco de una enfermedad que no respeta edades, hábitos y profesiones, el caso del artista resulta particularmente preocupante porque su trabajo no deja de tener vigencia y de hecho constituye una memoria de la cual necesita la comunidad. No obstante, sucede con preocupante frecuencia que creadores de todos calibres desaparecen víctimas del sida con pasmosa rapidez sin que nadie se preocupe por reunir su obra, catalogarla u organizarla para que otros, en ausencia del autor, puedan disfrutarla, estudiarla o simplemente recurrir a ella.
En nuestro medio, donde el trabajo artístico y el activismo cultural ocupan un bajo lugar en la escala de prioridades, se ha propagado la idea que cuando el artista se va su obra desaparece con él, especialmente si se trata de alguien que no ocupa los primeros lugares de reconocimiento o popularidad. Cualquier artista que se dedique con seriedad a su oficio, a pesar de que no alcance la fama y popularidad de otros, es importante y esa importancia se la da él mismo llevando un archivo cuidadoso y pormenorizado de todo lo que produce.
Ante el riesgo de perder la memoria de la creación quiero hacer una propusta que ayude a salvaguardar por medio de un archivo el registro de la producción de obra de los artistas que mueren repentinamente. Mi propuesta va en dos sentidos: llamar a los artistas a organizar su producción para que en el caso de su ausencia alguien pueda acercarse a ella sin temor a especular o inventar ante la ausencia de datos concretos; y en segundo lugar, llamar a los centros de acopio de datos que ya están en funciones a establecer un registro especial para artistas afectados por el sida que de un momento a otro pueden perder la vida. Entiendo que esto pueda resultar demasiado duro porque estamos hablando de la pérdida de vidas humanas, pero pretender que el trabajo de una vida no es algo que merezca conservarse adecuadamente es verdaderamente irresponsable.
En el caso del artista visual la catalogación y conservación de la obra resulta especialmente problemática debido a la dificultad que significa encontrar un espacio adecuado donde la obra reciba el mantenimiento y cuidados necesarios. Para el artista cuya obra está cotizada en el mercado, la situación es manejable pues la galería o su representante podrán hacerse cargo de ella, pero para aquel que no cuenta con la ayuda de alguien interesado que conozca a fondo su obra y que pueda manejarla con profesionalismo la situación es más complicada pues se arriesga a que su trabajo sea dispersado y eventualmente olvidado y desconocido. Una solución sería donar la obra a instituciones que busquen hacerse de un acervo y que se comprometan a conservar la obra indefinidamente. Otra alternativa sería donar la obra a instituciones públicas (hospitales, dependencias públicas, hoteles).
Las bibliotecas pueden servir como archivo visual de obra de artistas fallecidos prematuramente. Hasta ahora sólo el Centro Nacional para la Investigación de las Artes Plásticas ha conjuntado un archivo de fotografías de arte contemporáneo que facilite el trabajo de historiadores y críticos sobre artistas recientes. Las bibliotecas existentes podrían abrir archivos de este tipo y ser recipientes de donaciones de obra en papel de formato mediano.
Es difícil pensar que cualquier institución (privada o pública) se abrirá de inmediato a aceptar obras de cualquier artista sólo porque éste murió en condiciones desesperadas. Lo mejor sería que las organizaciones del ramo tomaran cartas sobre el asunto y se estableciera una coordinación encargada de manejar el legado de los artistas para que no se pierda en el abandono; asociaciones como Mexicanos contra el Sida, la comunidad gay y lésbica, pueden ser puentes importantes entre artistas e instituciones para este propósito.
Pero aun sin la intermediación de asociaciones el artista puede hacer mucho ahora si comienza a clasificar su obra, con los datos e instrucciones necesarias para su manejo y exposición; quién mejor que el propio artista para definir cómo debe presentarse su obra. Pienso en gente tan valiosa como el escritor y crítico Nelson Oxman, de quien heredé esta columna, o el curador y artista Rubén Bautista (ambos fallecidos hace un par de años); ¿dónde está su obra, se encuentra en buenas manos, podremos verla en el futuro y saber quiénes eran y qué pensaban?
publicado en el suplemento Sábado del periódico Unomásuno el 10 de julio de 1993
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