El tema de la ecología está de moda en el discurso político, en los medios de comunicación y en las estrategias publicitarias; y sólo en casos aislados ha sido motivo de preocupaciones legítimas, desoídas por las instituciones y el público en general.
La ecología se ha reducido a una capa de pintura verde tras la cual se ocultan la indolencia, la ausencia de políticas eficaces y el lucro desmedido. Por tanto, una reflexión seria sobre el tema desde el terreno del arte debe mover a un análisis de todos los factores involucrados: instituciones que patrocinan la reflexión, el momento en que ésta se da y las formas artísticas empleadas.
El museo de Arte Moderno presenta una exposición promovida por Homero Aridjis, líder del ecologista Grupo de los Cien y el colectivo de artistas La Quiñonera, bajo el título Lesa Natura, Reflexiones sobre Ecología.
Creo necesario decir dos cosas sobre el contexto en que se dio la exposición: primera, que siendo un discurso sobre la naturaleza trastocada y transformada hubiera sido mejor presentar estas reflexiones plásticas en otro contexto que no fuera el del museo; pienso por ejemplo que otro tipo de obra presentada en las calles o espacios públicos hubiera tenido más repercusión en la sociedad y hubiera cumplido mejor su cometido de hacer una reflexión crítica, tanto de la forma en que el arte moderno propagó una visión idealizada de la naturaleza (como la Arcadia, el Edén, etc.) como la manera en que el género humano y específicamente la tecnología proveniente del primer mundo se han encargado de convertir a este mundo en una cloaca.
Si comparamos la obra que se encuentra en la colección permanente del museo con la propuesta de la exposición de marras, caeremos en la cuenta que los discursos de ambas se anulan uno al otro pues son totalmente opuestos en su visión de lo natural. Situación muy común en los museos de arte moderno en los que propuestas antagónicas se exhiben una al lado de otra, cual si la función del recinto fuera la de ser un zoológico artístico, donde las especies (en este caso las ideas artísticas) se presentan aisladas de sus cadenas biológicas, sin evidenciar un cuestionamiento a para el visitante.
En segundo lugar, habría que considerar que la exposición ha sido patrocinada por la Secretaría de Desarrollo Social, cuyo titular –el señor Luis Donaldo Colosio-, era hasta hace poco titular del partido en al poder y hoy es mencionado como uno de los posibles precandidatos del PRI a la presidencia. Este hecho extra artístico, que no tiene que ver con la obra en sí, pone la muestra en un contexto político electoral, pues quiérase o no sabemos que en el tiempo en que se presenta esta exhibición cada cual hace lo posible por llevar agua a su molino. Claro que también hay que considerar que la exposición fue propuesta inicialmente por el Grupo de los Cien, organismo apolítico que tiene credibilidad para emprender cualquier tipo de tareas ecológicas sin, por decirlo así, ensuciar su plumaje. Pero ¿no sería también una razón por tratar de no asociarse con la SEDESOL y de esta manera mantener su distancia crítica?
En el caso particular de la obra hay dos maneras, por lo menos, de abordarla: como discurso artístico conceptual y como transmisora de una reflexión ecológica, que es la razón por la que –según los curadores- se le seleccionó.
En la muestra hay obras de artistas que no pertenecen a La Quiñora como Gil Garea, Ray Smith, Kiyoto Ota, Germán Venegas o Marco Arce cuya reflexión sobre ecología resulta muy oblicua o es prácticamente inexistente. Como piezas de museo, estas obras pueden ser interpretadas como abstracciones materiales o formulaciones neofigurativas puesto que su discurso es más formal y atiende primero que nada a los problemas de la representación en el arte. Ejemplo de esto último sería la intención de Ota y Venegas de realizar obras a partir de conceptos no occidentales del arte. Pero de esto a que entablen una reflexión ecológica hay una gran distancia. Considerando que estas obras fueron adaptadas al discurso del curador y no a la inversa, podría concluirse que el trabajo artístico puede mimetizarse casi con cualquier discurso teórico-estético y, sabemos que no es así.
¿Qué es lo que provoca que los objetos cotidianos empleados en las instalaciones sufran una transfiguración que les permita trascender su calidad de objetos y convertirse en arte? Una respuesta simple y directa sería que el contexto y la disposición formal como la utilizada por Silvia Gruner, Thomas Glassford, Gabriel Orozco y la misma Quiñonera en sus obras, son suficientes para transformar cualesquiera objetos, sean desechos orgánicos e inorgánicos, en arte.
A excepción de La Quiñonera y Pablo Vargas Lugo, las instalaciones se rebelan contra el discurso del museo y en su crítica a la institución se percibe una tajante división entre natura y cultura (Gruner), el artista y su obra (Orozco) y la instrumentalización de los objetos naturales con fines artísticos (Glassford). Sin embargo, estas propuestas han sido convertidas en una receta para hacer arte ecologista más que en una atinada reflexión y, el hecho que en el catálogo de presentación, escrito por Cuauhtémoc Medina y Roberto Tejeda, se hable de una ausencia de consenso y de actitudes irreconciliables e inaprensibles en torno al vínculo civilización y naturaleza, es sólo una coartada para que hace que en la exposición se haga todavía más confuso el concepto de ecología.
Tal parece que más que ser una exposición en torno a un tema, se tratase de una investigación en torno a formas artísticas no convencionales que tratan un problema –la ecología y el arte de manera tan ambigua que el espectador solo puede llegar a una conclusión: la destrucción de la naturaleza es tal que ha alcanzado al arte.
Algunos elementos ingeniosos, satíricos y burlescos, como la pasta dental verde sobre una cartografía de las regiones naturales designadas con errores ortógráficos en la obra de Vargas Lugo, o la fotonovela Cosas del incrédulo: la vida no es fácil, reducen la solemnidad de la exposición. Al subvertir el concepto de ecología y jugar con él (pensamos que es mejor definir algo por la vía de la negación o la ironía) provocan una reflexión sobre la definición de los problemas que enfrenta la acción ecológica y el concepto de naturaleza.
Publicado en el suplemento Sábado del periódico Unomásuno el 31 de julio de 1993.
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