Inventar nuevos espacios, tomar del medio artístico las propuestas desconocidas y alternarlas con el trabajo ya establecido para hacerse de una reputación a contrapelo, echarse broncas indeseables para un galerista, estas son las características del trabajo de Aldo Flores.
“Algo Abstracto” es el resultado visible de la frenética vocación de Aldo por darle coherencia –aunque sea por unas horas- a un desmadre plástico sin pies ni cabeza. Quizá por eso Aldo colecciona fotografías de los participantes en cada una de las exposiciones que organiza. Cada inauguración es una foto de conjunto. Para lograrla, Aldo agita voluntades, crea inquietud entre los asistentes, coquetea con dealers y coleccionistas y se lleva a casa la vanidad de ser el ojo que descubre y el eje sobre el que se sostiene un engranaje irregular. Ahora concreta en una exposición de arte abstracto, mañana será la toma del edificio Balmori. Algunos dicen que tiene la suficiente magia para lograrlo, yo digo que tiene carisma y zagacidad para crear expectativa, como ningún otro promotor de las artes.
La exposición que se presenta en la casa de Poncho Aguilar rescata la capacidad de organizador de Aldo, que había quedado en duda con su proyecto anterior: Manhattan-Tenochtitlán (una muestra que no pudo concretar su ambición y la premura con que fue realizada).
Si el proyecto Manhattan resultó largo en sus pretensiones y corto en resultados, Algo Abstracto condensa en las salas, escaleras, pasillos y balcones de la residencia una propuesta estética muy acorde con el conjunto de la obra que la respalda. Carece de la pompa y asepsia de la galería privada y no cae en la trivial demagogia y repetición de los salones nacionales. Es concisa, redonda y va al grano.
El conjunto constituye un corte transversal profundo del arte abstracta producida en esta capital por artistas noveles propios y foráneos. Y digo profundo porque la selección comprende pinturas de Boris Viskin, Roberto Turnbull, Rubén Castillo y Luciano Spano que se mueven entre la figura y la abstracción expresionista pero también hay trabajos que caen de lleno en el arte no figurativo, como serían las obras de Pete Smith, Max Norton y René Freire.
Sin negar el peso que cada obra tienen en la muestra, en lo general la exposición funciona como documento que reporta la rica complejidad empuje que tiene la abstracción en este momento. El trabajo de curaduría se aleja de esfuerzos similares de igual trascendencia (como el Desnudo Masculino, la Estructuración en Serie y otras exposiciones presentadas en el Centro Cultural Santo Domingo, organizadas por nuevos curadores) dado que no parte del tema o del contenido, sino de la intención por dejar una crónica visual del trabajo de una escuela pictórica en constante renovación.
Lo importante es que no se trata de un hecho vertical, como sucede en los certámenes públicos y privados. El trabajo de organización se hace desde las bases, contando con el interés de los posibles participantes por entrarle a la exposición a cambio de nada, o simplemente por figurar en la foto. Esto es lo que hace que exposiciones de este tipo sean una alternativa, porque no otorgan premios, porque no hay la seguridad de la venta, porque no hay trámites, porque no hay infraestructura, porque las obras o se sostienen por sí mismas o caen por su propio peso.
No pretendo defender la malhechura o la falta de profesionalismo. Exposiciones como la presente podrían utilizar la experiencia de curadores y crítica para lograr una mayor contundencia y penetración en el público interesado. Pero contando con recursos tan magros, en un medio hostil poco solidario, reacio a la crítica y que elude la crónica, las iniciativas independientes de promoción del arte suelen dejar huella por su libertad de hacer.
Algo Abstracto constituye la oportunidad para confrontar la obra fresca de gente que está trabajando sorteando las dificultades que para ello tenga que enfrentar. Caso concreto los escultores: de Pavel Anaszkiewicz, artista rechazado en el Salón de Dibujo del año pasado, pude conocer su propuesta realizada en bronce a la cera directa y de Humberto del Olmo su trabajo de fuerte impulso matérico. El primero parte de un concepto estatuario tradicional pero hace una amalgama de la figura, la preocupación por el espacio interno-externo y el gesto abstracto que le da fuerza expresiva. Del Olmo parte de una concepción diametralmente opuesta que comienza a tener fuerte arraigo entre los escultores jóvenes. Mientras en su trabajo queda demostrado el respeto por las formas y origen del material como elementos portadores de sentido y el interés en el concepto de inserción y ruptura físicas como bases del trabajo escultórico.
Aunque indudablemente el azar juega un papel importante en este tipo de exposiciones, es un hecho que la tenacidad y el sentido de propósito son también partes indispensables de un trabajo de curaduría y difusión que todavía tiene por delante mucha tela de donde cortar.
Publicado en el suplemento Sábado del periódico Unomásuno, el 17 de febrero de 1990
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