De fotógrafas y desnudos /II Parte



Fotografiar a otra mujer o retratarse implica para las que lo hacen un planteamiento particular. En principio es necesario tener en cuenta la diferencia entre contenido y tema. Contenido es lo que el artista descubre en su tema, es aquello que hace que una obra sea dinámica pues se nutre de lo que el artista destila de la vida y que, mediante la interacción de la obra con el observador, regresa a la vida misma. La forma –que en este caso sería la imagen fotográfica- cumple la función de concretar la experiencia que sobre el contenido poseen creador y observador.
El autorretrato al desnudo implica la capacidad de poder objetivar el propio ser (convertirse en tema) de acuerdo a una intención expresiva (descubrir un contenido) para renovar el lenguage fotográfico a nivel formal y conceptual. Y encima confrontar a los arquetipos de la mujer que existen en el imaginario social.  Una tarea que no es nada fácil.
La obra de Pilar Macías, fotógrafa de 27 años, egresada de la carrera de Diseño de la UAM, ejemplifica el reciente interés en una tarea que pretende sentar las bases para una nueva semántica del desnudo femenino. Interés –dicho sea de paso-, que rara vez coincide con una estética feminista militante. En una plática con Pilar Macías ella mencionó la idea de modificar la semántica del desnudo,  para crear un lenguaje poético a través del uso del cuerpo humano, lo que implica que no descarta el uso del desnudo masculino.
Su intención está a la vista  en la larga  serie de desnudos y autorretratos ubicados en recintos arqueológicos mayas. Estos trabajos revelan un contenido muy propio por medio de la confrontación de dos temas: la plasticidad arquitectónica maya y el desnudo femenino vivo. La forma la dicta el encuadre fotográfico, que hace coincidir las elementos decorativas de la arquitectura y la silueta corporal viva.
Además de una serie de desnudos femeninos inscritos en ambientes propiamente domésticos, Pilar realizó recientemente una serie de autorretrato con tema religioso. En ellos abandonó todo contexto para subrayar las posibilidades expresivas de su cuerpo y de una cruz que sujetaba de manera ostensible.

Símbolos religiosos; ortodoxia y heterodoxia

En algunas fotografías de Eugenia Vargas Daniels o Tatiana Parcero la vertical del cuerpo desnudo femenino contrasta con la inercia horizontal de la tierra. En la obra de ambas la presencia  de  un contexto natural, provoca una reflexión sobre la mitología clásica y la pre colombina: sabemos que en las formas del desnudo existe  un simbolismo religioso implícit, pero este podría interpretarse como una señal de veneración idolátrica o de sojuzgamiento. Como en las fotografías de Ana Mendieta, donde el signo femenino se vincula con la tierra y la Naturaleza,  las de Vargas Daniels, son imágenes que sugieren una actividad performatica, un ritual como una limpia, que pueden identificarse con las religiones mágicas del Caribe o los ritos propiciatorios de los pueblos Mesoamericanos. E cualquier manera, estas representaciones se alejan de una ortodoxia de la imagen, al estilo Tina Modotti, Lola Alvarez Bravo, y buscan la hibridación entre lenguajes.  En el caso de Tatiana Parcero, es la idea del cuerpo como paisaje o geografía, sobre la cual se construyen mapas del conocimiento o códices que aluden al tatuaje indígena,la  impronta del tiempo y búsqueda de identidad en la historia.
La hibridez o mestizaje que reconstruyen frecuentemente las fotografas puede explicarse en función de la escasa tradición existente que sirve de apoyo al discurso fotográfico femenino y el extenso bagaje crítico necesario para cambiar arquetipos de siglos. Verlo de ésta manera nos permite ver en su justa dimensión  la necesaria distancia que toma la fotografía de las fotógrafas con respecto a los convencionalismos de la mirada masculina. Sólo es posible modificar un discurso imperante ejerciendo presión sobre el miso, para de verdad impregnar un tema de nuevos contenidos.
Lo que hace reconocible el trabajo fotográfico de Eugenia Vargas Daniels, fotógrafa chilena con varios años de residencia en México, es el hecho que cada uno de sus autorretratos es una puesta en escena ante la lente de la cámara. No existe para ella –en el momento de la recreación- una realidad que pueda ser capturada, la fotografía crea su propio objeto como crear una puesta en escena.
Cubierta de lodo, abrazada por las llamas o semidesnuda entre imágenes de culto y vísceras animales, los autorretratos de Eugenia llevan la fotografía a una paradoja: el “realismo”  tan asociado con este medio cumple aquí una función inversa, la de elevar a nivel metafórico el cuerpo y  el simbolismo  de la tierra, las llamas o las vísceras. Las propiedades intrínsecas de cada uno de estos elementos son parte del contenido biográfico o simbólico que utiliza la artista frente a la lente.
Desde un punto de vista interpretativo, el lado que cubre el cuerpo de la fotógrafa podría asociarse con el baño de barro que realizan los aborígenes en búsqueda del regreso al origen, también es posible asociar la acción de las llamas a una concepción purificadora o punitiva de la tradición cristiana; no obstante, estas asociaciones serían sólo dos posibilidades de la capacidad de la foto para reconstruir el tiempo y los ritos.

Más interesada en encontrar un sentido de trabajo que en una interpretación “femenina”, Tatiana Parcero destaca en su trabajo por compartir una reflexión sobre el cuerpo como recinto y reflejo de diferentes cosmogonías antiguas.
 La primera vez que vi su obra me sorprendió la resolución con que abordó su tema. Me refiero a una imágen fotográfica de grandes dimensiones en la que se presentaba a sí  desnuda, y que estaba colocada sobre  una de las ventanas neoclásicas del  Edificio  Balmori. No estoy seguro de que esta sea la manera frecuente en que Tatiana presente su trabajo, pero esto no le resta mérito a su intervención en la vía pública.
Tatiana estudió la carrera de Psicología en la UNAM y simultáneamente conoció y practicó el oficio fotográfico en el Consejo Mexicano de Fotografía bajo la dirección de Pedro Mayer. No obstante, en sus autorretratos resulta difícil encontrar rastros de un psicologísmo, o rasgos de la personalidad de la retratada. Su intención es no involucrar la psique de la artista con su cuerpo y dejar que este sea el asiento de una serie de inscripciones o tatuajes proyectados.
Para lograr una evidente objetivación del cuerpo, la fotógrafa cuenta con un aliado: el video. Al igual que Edward  Muybridge, Tatiana se sirve de las secuencias los fotogramas del video para atrapar al cuerpo en el momento en que las fuerzas psíquicas o físicas que generan su expresión se encuentran en su punto de absoluto equilibrio. En este instante en que el desnudo adquiere  una postura erguida, hieratica, muy similar al de la tradición escultórica oriental o precolombina.
La expresión de la inercia absoluta es exactamente lo opuesto al propósito de detener la velocidad del movimiento. Digamos que el cuerpo inerte recuerda  el papel de la cámara convertida en el ojo omnipresente, que todo lo ve, pero cuya subjetividad ha sido reducida a la mínima expresión.

Publicado en Sábado de Unomásuno, el 8 de febrero de 1990.

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