En México la desmitificación del concepto identidad nacional ha adoptado matices diversos que pueden clasificarse de acuerdo al grado de asimilación de valores antagónicos presentes en la obra de cada creador. Colectividad e individualidad se han fundido de tal manera que resulta difícil separarlos. Por ejemplo, artistas que defienden sus preferencias sexuales abiertamente optan por manifestarlas a través de imágenes y tratamientos de raigambre popular, haciendo del folclorismo y el pintoresquismo mexicanista el sustento de una práctica sexual individual o minoritaria. Otros declaradamente ahistoricistas, ya no buscan la identidad a través de un proyecto sociopolítico sino en las más profundas raíces culturales, donde el concepto de nación, etnia o civilización no tienen relevancia alguna; sus coordenadas son las del tótem, rito, tabú, las cuales expresan a través de medios poco convencionales como la instalación, el performance o el video.
Sin embargo, la abolición de los valores “nacionales” no ha sido total y tampoco depende en exclusiva de los productores. Algunas galerías, tanto en México como en Estados Unidos (del cual los artistas mexicanos han sido tomados como rehenes o satélites), siguen esperando el arte de lo real maravilloso y la “magia del color” que piensan caracteriza al arte mexicano, propagando con esto una identidad que dista mucho de ser la de la media nacional.
Como escritor, suelo enviar colaboraciones no solicitadas a diferentes revistas especializadas en el extranjero. El resultado ha sido cada vez que me salgo del marco de referencia de lo que los editores entienden por “arte mexicano” los artículos no se publican, o son editados y, se ha dado el caso, que revistas con una tendencia hacia el internacionalismo (en pro de un arte sin adjetivos) como Flash Art o Artforum están totalmente desinteresadas en cualquier propuesta que venga directamente de México, país que no ha podido quitarse la etiqueta de “república o bastión de muralistas”.
El arte mexicano en el extranjero ha sufrido en muchos casos del estereotipo de obras y artistas. Hay galerías exclusivas para “los grandes maestros” mexicanos, museos oficiales para latinoamericanos e hispánicos, subastas de artistas latinoamericanos y coleccionistas de arte latino. Ante tan estrecha salida resulta comprensible que se haya generalizado entre los artistas mexicanos (con evidentes excepciones, claro está) la búsqueda de fórmulas estéticas (más retinales que conceptuales) que tanteen el gusto del mercado para saber qué producir y ofrecer y a la larga contar con un nicho para cada cual. Uno de estos estereotipos hoy en día es la fridomania, así como el arte que viene de la “belleza del dolor mistificado y asumido”, hace algunos años fue la tamayización, el colorido y la fabula de la vida campirana.
Por ende, la generación a la que pertenezco, los nacidos en los 60, huye despavorida ante cualquier mención del complejo de “identidad nacional” y prefiere instalarse en terrenos más o menos ignotos donde su obra sea apreciada por los cuestionamientos y propuestas que haga sobre temas más particulares: el cuerpo femenino visto por la mujer, la religiosidad y la sexualidad, la escultura hecha con materiales reciclados efímeros, etcétera.
A diferencia de las sociedades de los países desarrollados, en México no existen acusaciones o críticas contra la apropiación de las culturas autóctonas. El artista mexicano tiene a su disposición una serie de temas, tratamientos y materiales que van de las carencias urbanas a los problemas agrarios o del exotismo de las culturas autóctonas –cada vez más aisladas– al uso de materiales de desecho encontrados en patios de chatarra o imágenes tomadas de la prensa sensacionalista. Pero no siempre es ésta la estética que encuentra lugares de exposición y mucho menos de venta. El arte que más adeptos cuenta entre los coleccionistas es la pintura, abstracta de planos y colores, o la figurativa, de rasgos populares o como reelaboración de las vanguardias.
Publicado en el suplmento Sábado del periódico Unomásuno el 2 de febrero de 1991.
Fragmento de la ponencia leída en la Galería Latitude 53, de Edmonton, Canadá con motivo de la exposición Hecho en México, en la que participaron Gabriel Orozco, Francis Alÿs, Antonio Ortiz y el autor.
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