Carla Rippey, 20 años de labor gráfica




Women are the niggers of the world. –John Lennon/Yoko Ono
Los artistas que se obsesionan por un tema nunca se han visto en un espejo. –Delacroix

La carrera de Carla Rippey resulta única porque a lo largo de 20 años de trabajo fue fiel a una idea y mediante esa fidelidad encontró su identidad. Y no, pese a lo que pudiera pensarse no se trata de una identidad unificada y coherente sino contradictoria y, sin embargo, coherente consigo misma.

A pesar de que conozco a Carla desde hace algún tiempo y he visto su obra desde hace 12 años, creo que nunca pude comprender lo que realmente había detrás de ella hasta que hace algunos días me invitó a su estudio para enseñarme la recopilación de años de trabajo gráfico. No quiero decir que tengo la última palabra de lo que expresa todo ese conjunto, pero al menos tengo mi propia versión de los hechos –alimentada en parte por ella- y ahora puedo darle un sentido estético. Esta es mi interpretación de la obra de Carla.

Carla nació en Kansas City y desciende de una familia de pastores metodistas y docentes. Según ella, siempre fue una persona demasiado exótica para el tipo de ambiente en que se movía con su familia, pequeños pueblos y ciudades del centro de los Estados Unidos. Este dato biográfico servirá más adelante para comprender la intención de su trabajo.

Dibujante desde su adolescencia, tuvo la oportunidad de conocer el grabado más adelante en Chile, país al que llegó llevada por su filiación como militante socialista. De esa época conserva algunos grabados en metal y madera que atestiguan su interés por el realismo y por documentar la vida diaria de trabajadores y compañeros de partido.  Aunque se sentía plenamente identificada con su labor gráfica, Carla no era el tipo de persona que se contente con dar una versión de los hechos (mujeres trabajando, hombres discutiendo en una mesa). La realidad de la gente es demasiado dura o demasiado unívoca, habría que dotarla de un elemento extraño que le imprimiera un contraste interpretativo y –¿por qué no?–  decorativo.

Las artes gráficas se prestan de manera especial para añadir elementos, ideas, matices interpretativos, por el hecho mismo de que cada uno de esos capas  se trabaja por separado por medio de placas individuales, piedras o mallas, según el caso del que se trate. Rippey supo darse cuenta de esto inmediatamente y no tardó en incorporar detalles a sus estampas que transmiten un toque de feminidad al trabajo (unas hojas de bambú alrededor de la figura de una trabajadora), pero también comenzó a dibujar en las placas algo más que mujeres trabajando y decidió representar mujeres de otras razas cuya vida y cuerpos han sido marcados por el trabajo: negras, mulatas, indias, mestizas. Este me parece el primer gran acierto de su obra, pues más que hacer algo literal y obvio, Carla descubrió que el carácter de una etnia bastaba para hacer de la estampa un documento social  y que el carácter de documento podía ser abolido al concentrarse en detalles expresivos del cuerpo y el vestido, los cuales hacían de los  grabados algo más agradable e íntimo, sin descuidar el aspecto social de la representación artística. En estas estampas hay impreso un carácter lúdico-sensual, que siempre acompaña a la imaginación de Carla. Pronto hube de descubrir que ésta es tan sólo una parte de la historia.

Carla es madre de dos muchachos: Andrés y Luciano. Los que hemos pasado por la paternidad sabemos el profundo efecto que ésta tiene en la forma en que trabajamos y –en ocasiones– en los temas que nos interesan. Llegar a un país extraño con dos hijos no es la mejor circunstancia para emprender una obra, pero creo que la experiencia fue positiva en cuanto que Carla dejó de ser  sólamente la activista para convertirse en la madre que compartía labores hogareñas con el arte. El dato biográfico es interesante pues de esa circunstancia se deriva en su trabajo la aparición de mujeres que ya no son ajenas a la propia artista; se trata de mujeres de cabello rojo, rasgos caucásicos y mirada fija. Nuevamente podemos apreciar que no se trata de la obvia representación de la ama de casa sino de mujeres en un entorno íntimo rodeadas de detalles ornamentales sugerentes (una bata decorada con flores, sábanas estampadas). Carla llama a estas mujeres “sus brujas”, mujeres marginadas por el color de su piel y pelo que fueron perseguidas en Estados Unidos en el siglo XIX.

Publicado en Sábado de Unomásuno el 24 de agosto de 1991

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