Eloy Tarcisio. Accionismo y pintura



                                                                                                                   Para Sylvia Navarrete  y Luis Rius

Cualquier que sea el tipo de cultura que traiga consigo el próximo milenio seguraemente acabará con la idea de Arte tal  y como lo entendemos en la actualidad. La desaparición del arte como mercancía o producto de consumo será necesaria para que el hombre recobre la confianza en sí, de lo contrario el arte se convertirá en otro espectáculo más. En ese sentido, cabe citar la afirmación de ese inteligente artista  llamado David Byrne, cuando dice en una de sus composiciones: “En el futuro la televisión será tan buena, que la palabra escrita funcionará como una forma artística”.

Actualmente los artistas prueban nuevas propuestas que permitan trascender la ortodoxia  artística de nuestro tiempo y con ello superar la idea que el arte desaparecerá y dejará su lugar a un culto, o una práctica comunitaria,  de la que ojalá todos participemos. Artistas como Eloy Tarcisio trabajan con la idea de renovar el arte y hay quienes creen en su obra como la expresión de  una creencia, algo que estímula la introspección, la meditación o el alejamiento del materialismo. Su forma de trabajo podría resurmirse en aquel aforismo del apóstol que para creer tenía que ver y tocar.

Invito al lector interesado a que visite la exposición de Tarcisio que se presenta en el Museo del Chopo. Hay ahí ejemplos concretos de lo que Eloy ha querido decir y lo que yo deseo explicar. Como ya  es costumbre en el autor, todas las obras expuestas muestran un interés particular en lo material, lo cual queda en evidencia por la selección y uso de sus símbolos. Por ejemplo, el corazón sangrante que está pintado en la cara posterior de un enorme pedazo de alfombra recuerda la pintura y el arte ceremonial religioso de culturas “primitivas” y pre modernas que podían ver en ese órgano un símbolo poderoso, el cual sigue formando parte de  nuestra cultura debido a la  fusión sincrética entre cristianismo y paganismo indígena.

 Pensemos  cómo  en aquellos puestas  en escena indígenas  y  en el trabajo de algunos artistas contemporáneos se seleccionaron entre los materiales disponibles alguno en particular que diera relevancia especial a ese objeto hecho especialmente para cumplir una función ceremonial. Incluso habría ocasiones en las que esa materia sería sometida a un proceso de santificación antes de comenzar a trabajarla para darle forma definitiva.

Me imagino que esa alfombra que ahora cuelga de las paredes del museo y que es el soporte del corazón sangrante, pasó azarosamente por un proceso de sacralización en el que participaron todos los que alguna vez pisaron sobre ella, que concluimos los que ahora nos sentimos atraídos por su existencia como obra artística. A esto podríamos llamarlo los poderes evocativos de la materia. Lo interesante del trabajo de Eloy es que es capaz de revelarnos ciertos estímulos en la materia prima, que en la pintura ortodoxa a veces pasan desapercibidos.

Otro aspecto que podría sumarse a la idea de que nos encontramos ante piezas de culto es evidentemente el uso del color. El color en la obra de este artista es sacro, personal, ritual. Se le ve reducido casi a su mínima expresión, casi monótono, pero es esto lo que da  una fuerza que repercute en nuestra mirada. En su obra los colores no se mezclan, se contrastan, son antagónicos.

Hay en la exposición varias obras resueltas con base en dos colores o tonos, como sucede con la pieza hecha con tarimas de madera y ramilletes de flores muertas o en la instalación hecha con esos frutos preshispánicos llamados xoconostle y hojas de nopal (materiales que difícilmente podrán conservarse para la posteridad). El énfasis en el color de los materiales y en el color como materia responde a ese mismo uso arcaico del espectro colorístico; pensemos en la mezcla del tezontle-jade tan común en la arquitectura precolombina y el binomio sangre-piedra que acompaña al ritualismo precortesiano. Todo arte requiere de estas conexione entre pares, aunque en ocasiones no estemos conscientes de ellas, basta con sentirlas.

Nuestra vista distingue un amplio rango de gamas de color, pero ciertas combinaciones resultan más significativas;  ciertos colores no se quedan como una impresión retiniana, algunos de ellos llegan muy hondo en la psique humana y provocan estados de ánimo; el rojo y el negro (aunque este último no es un color pero funciona como contrapunto), el verde y el violeta,  son combinaciones que tienen una denotación específica en el estado de ánimo.

Es un hecho que las obras del hombre y la naturaleza que más despiertan la emoción estética (la cual puede moverse entre lo sublime y lo terrible) son aquellas que sentimos nos acercan a la noción de origen. Son obras que nos hacen percibir la presencia de algo más que lo que vemos, una especie de espiritualidad emanada de la acción, y también sentimos la presencia de de algo superior a nosotros. El arte acción funciona en la lógica de la percepción más que en la descripción o la narración. 

Si nos identificamos con una obra  que pone ante nuestros ojos un objeto que dejará una impresión perdurable, ¿qué es más importante: la obra o la impresión que nos deja? Ambas son importantes para el artista que anhela producir algo que deje una huella, un registro y no objetos.

El taller  de Eloy es una capilla, de sus paredes cuelgan telas impresionantes. Durante su trabajo él se convierte en un chamán con pies y manos cubiertos de sangre, mientras trabaja sobre una tela. La imagen del estudio como capilla y la del artista como creador y creyente solitario llevan a pensar en lo deseable que sería vivir un futuro en el que arte no fuese un producto más sino un ejercicio purificador.


 Publicado en el suplemento Sábado del periódico Unomásuno, el 30 de mayo de 1992
 

La exposición El lugar del Tlalocan a 1992 se presenta el Museo universitario de El Chopo hasta el 14 de junio.

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