Arte, basura, reciclaje / tercera parte y última

 
Jimmie Durham, artista cherokee que trabaja desde hace algunos años en Cuernavaca, usa en sus esculturas e instalaciones materiales reciclados que son totalmente antagónicos entre sí. Es en esa oposición donde se encuentra el elemento significativo de su propuesta. Comúnmente en sus obras podemos encontrar huesos de animales, troncos y madera de desecho, vegetales deshidratados, pero también hay partes automotrices, tubería de pvc, aparatos eléctricos, fotografías y algunos textos escritos a mano.
En las instalaciones que presentó en la Documenta IX de Kassel había esculturas compuestas por elementos figurativos tallados en madera, ensamblajes rústicos de objetos (un tronco de palmera pintado de rojo y sostenido por tres burros de madera) que formaban cuerpos escultóricos en sí, objetos que yacían en el piso o esculturas colgadas en la pared; la apariencia que daban era la de objetos híbridos en los que el lenguaje del arte es saboteado por un tratamiento no artístico (anti-arte, como lo llama Jimmie).
La presencia de tal heterogeneidad de materiales y modos de articularlos impide aplicar a la obra de Durham los cánones e inscripciones del arte moderno o la antropología. Su obra no pretende “rescatar” arcaísmos o primitivismos, lo cual ha sido la estrategia de los llamados “pueblos primitivos”; por el contrario, su posición consiste en colocarse a la ofensiva y plantear una fusión violenta de dos tipos de conciencia que sólo por la fuerza han podido amalgamarse en un mestizaje.
Cuando vemos un cuerpo escultórico compuesto por un tapón de rueda de Volkswagen (con el distintivo de un conejo al centro) con una estructura de madera que sostiene una varilla metálica que a su vez enmarca el fotograbado de un perro muerto, es difícil pensar que estamos ante la versión actual de un tótem y por tanto hablar de espiritualidad o conciencia étnica. En las obras de Durham, los desechos de la sociedad occidental son sujetos a una marginalización inversa a la que el Modernismo aplicó a los modos de expresión de pueblos no occidentales.
No todo reciclaje de objetos resulta en una subversión de valores. Alberto Gironella, pintor que desde los años 70 trabaja con objetos reciclados tales como botellas de licor, latas de conservas, embalajes comerciales, etiquetas y souvenirs enmarcados en cajas de madera, busca la belleza de lo pasajero e intrascendente por las cualidades descriptivas y artísticas que el diseño ha tomado para sí y que el artista retoma para el arte. Si comparamos la obra de Gironella con los objetos y ensamblajes de Francis Alÿs (artista belga que pasa largas temporadas en México), observaremos éste último está interesado en encontrar relaciones lúdicas y poéticas entre materiales que están al alcance de cualquiera (guantes de hule, objetos de plástico, telas usadas, libros o figuras diminutas de madera talladas por él), pero sin hacer las constantes referencias literarias (citas de Cervantes, Borges o Paz) presentes en la obra de Alberto Gironella. El trabajo de Alÿs resulta chistoso, tiene la simpatía de lo chaplinesco y la comicidad de Dadá y del primer Max Ernst. El objeto olvidado e intrascendente cobra en las obras de Alÿs una estética lúdica, poética, ingeniosa, que refleja muy fidedignamente la nostalgia por la inventiva popular (el gusto por versiones diminutas de objetos cotidianos: la casita, la sillita, etcétera) pero que evita las pretensiones artísticas de la glosa artística tradicional.

Una de las conclusiones de esta serie de artículos es que no existe una categoría que podamos llamar Arte-basura, puesto que cada artista en diferentes circunstancias y tiempos adoptó materiales y técnicas de trabajo que responden a estéticas distintas: la basura como presencia histórico cultural, la basura como materia que trasciende su propia naturaleza, la basura como prueba de nuestra incapacidad de vivir y aprender de lo que nos rodea, etcétera.
La basura es una sustancia cultural, un vehículo que nos permite trabajar en una infinidad de sentidos. El hecho que unos vean en ella una riqueza potencial y deseen acapararla o que otros quieran deshacerse de ella eliminándola sistemáticamente representa el extremismo en que se mueve la cultura contemporánea.
Cuando hablamos de basura simultáneamente pensamos en limpieza, ésta significa por extensión eliminación. Eliminar es la palabra clave de la cultura occidental, acabar con lo que para unos es basura ha sido acabar con los otros, con culturas que ensucian nuestro horizonte o nuestra calle. No queremos la basura en nuestro alrededor por eso la eliminamos, la vendemos y la “regalamos”. La basura es el punto vulnerable de nuestro sistema que no sabe qué hacer consigo y decide pasar la cuenta a otros. No por casualidad la Ciudad de México (y las metrópolis en general) está rodeada de basureros y cinturones de miseria; éstos son una expresión de nuestra forma antropófaga y destructiva de crecimiento descontrolado. No por casualidad los países industrializados arrojan sus desechos a los países que se encuentran en la periferia. El poder es aséptico,  arroja su autoridad sobre las bases, pisotea lo que le parece inútil y ajeno, solamente recicla lo que puede producirle ganancia, dominio y placer, lo demás es basura, metáfora de nuestro tiempo.

Publicado el 1 de enero de 1993

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